Con la muerte de José María Díez
Alegría se han llenado los espacios religiosos de crónicas
sobre su vida y su importancia. Quizá sea bueno ofrecer
algunas de sus páginas, para que podamos comprenderle mejor.
Comprender significa aquí admirar. Lo que sigue está escrito
hace treinta y cinco años, lo que nos permite asombrarnos de
la lucidez y el sentido profético de este hombre.
En semanas sucesivas,
reproduciremos varios fragmentos tomados de “Teología en
serio y en broma”.
No se trata aquí de resumir un
libro, sino de ofrecer algunas pinceladas que nos acerquen
al autor y nos produzcan más ganas de leerle.
EL SECUESTRO DE
JESÚS POR LA IGLESIA
Ahora todos estamos preocupados
con la multiplicación de los secuestros de personas.
Resultan de verdad, casi siempre, intolerables. Siempre
penosos y ambiguos, por lo menos. En ocasiones, son de lo
más criminal que pueda imaginarse.
Pero ¿quién piensa en el
secuestro de Jesús por parte de la iglesia?
El secuestro ha consistido en
quitar de en medio a Jesús para poner en su lugar a la
iglesia. A la operación han ido contribuyendo, a través de
la historia, sobre todo los jerarcas y, en general, los
«hombres de iglesia».
Naturalmente el secuestro se ha
realizado con guante blanco. Un poco como esos
secuestradores (alguno ha habido), que tratan a cuerpo de
rey al secuestrado.
El Señor está sobre las nubes, en
un retiro celeste. Lo que cuenta en la tierra, es la
iglesia. A Jesús lo tienen los «hombres de iglesia». Y hay
que ir a ellos, para poder llegar a Jesús. (Que luego, en el
fondo, casi no es llegar, porque los hombres de iglesia
están siempre al acecho para decirte que ellos dominan tu
relación con Jesús, y te lo quitan si tú no haces lo que a
ellos les dé la gana).
Yo no digo que la acción de
secuestrar haya sido realizada de mala fe. Habrá habido algo
de mala fe, quizá larvada, en algunos o en muchos. Y habrá
habido en otros, a lo mejor en muchos o en muchísimos,
perfecta buena fe.
Pero el secuestro está ahí.
En vez de ir a Jesús y ponerse en
contacto con él, y creer vitalmente en El (es decir,
entregarse a su persona, y vivir la liberación inestimable
de la fe en El), lo que hay que hacer es «entrar en la
iglesia». Como quien entra en un edificio grandioso, en
parte de mal gusto, en cuyo fondo, fondo, hay un icono
resplandeciente, hierático y mudo, que te contempla con
grandes ojos quietos.
Pero los que se mueven por allí
son los hombres de iglesia. Ellos mandan. Con ellos hay que
entenderse. A ellos hay que obedecer. De lo contrario, no
hay Cristo que te valga, porque ellos son los amos, y Cristo
tiene que estar a lo que ellos digan.
Pero el secuestro de Jesús se
realiza también por gente personalmente digna, llena de
«celo por las almas». Si nos descuidamos, se realiza un poco
por todos. Por el establecimiento» eclesiástico, sus
funcionarios y sus jerarcas.
El fiel no puede simplemente amar
a Jesús y buscar la inspiración del evangelio. Ha de amar a
Jesús y a la Iglesia, e inspirarse en el evangelio,
siguiendo la doctrina del magisterio de la iglesia. Y al
final no es el evangelio la medida con que hay que
justipreciar la doctrina del magisterio de la iglesia, sino
que el magisterio es la vara con que hay que medir el
evangelio.
Porque luego resulta que amar a
la iglesia no es querer a los hombres que creen en Jesús,
sino obedecer a la jerarquía.
Con esto, Jesús queda cada vez
más lejos, más encerrado en una urna. Y la gente se
encuentra con los hombres de iglesia. Y la gente, la buena
gente del pueblo, hambrienta y sedienta de justicia, no cree
en ellos, porque le ha perdido el miedo al poder de esos
hombres de hacerla entrar en la boca de Lucifer el mayor.
Es absolutamente necesario
liberar a Jesús del secuestro de que ha sido víctima desde
hace casi dos mil años.
José
María Díez Alegría
“Teología en serio y en broma”