ORACIONES para la EUCARISTÍA    

                             
 

 

                               cristianos siglo veintiuno
ÍndicePágina Principal

 

 

 

Oraciones para la eucaristía

 

Domingo 3º de Adviento

ANÁFORA

 

 

Señor, Dios nuestro, creemos que estás viviendo en todos nosotros,

que eres un Dios inmerso en tu maravillosa creación,

un Dios encarnado y visible en tu hijo Jesús,

un Dios encarnado también en todos nosotros,

aunque raramente reconocible,

un Dios comprometido con la humanidad, un Dios paternal.

Por eso es justo que levantemos a Ti nuestro corazón,

que pensemos en Ti continuamente, que te tengamos siempre presente,

y que nuestra oración sea una constante y sentida acción de gracias.

Aunque sabemos que no te contentas con ritos y alabanzas,

que esperas mucho más de quienes nos confesamos creyentes en Ti, 

nos sentimos dichosos dirigiéndote esta plegaria y bendiciendo tu nombre.

 

                   Santo, santo…

 

Gracias, Padre Dios, porque por medio de tu hijo Jesús y de su evangelio

has dado pleno sentido a nuestras vidas,

nos has marcado una meta y el camino a seguir.

Ya no tenemos que preguntar al Bautista qué tenemos que hacer.

Jesús nos ha hecho ver que eres el Padre y que todos somos hermanos,

que hemos de cuidar unos de otros y como en toda buena familia,

han de centrar nuestra atención los hermanos pequeños,

los mas débiles y enfermos, los que más nos necesitan.

Esa es la imagen que nos dejó Jesús,

pasó por la vida haciendo el bien y predicando el amor fraterno,

respaldando con hechos su palabra.

Recordamos ahora la última cena con sus discípulos y amigos,

cuando al despedirse nos cedió el testigo de su entrega a los hermanos.

 

El Señor Jesús, la noche en que iban a entregarlo, cogió un pan,

te dio gracias, lo partió y dijo:

«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros;

haced lo mismo en memoria mía».

 

Después de cenar, hizo igual con la copa, diciendo:

«Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre;

cada vez que bebáis, haced lo mismo en memoria mía».

 

Nuestra entrega a los demás debe ser la muestra de nuestra fe en Ti,

el testimonio de amor efectivo que esperan todos

de cuantos nos confesamos seguidores de tu hijo Jesús.

Es él quien ha despertado nuestra conciencia y por él sabemos, Padre,

que has dejado en nuestras manos el gobierno de este mundo

y has puesto en nuestros corazones la aspiración a hacerlo más justo.

Y es que no podemos apropiarnos unos pocos el patrimonio familiar

al que tienen derecho todos tus hijos por igual.

Necesitamos vivir en mayor austeridad para que podamos ser solidarios,

porque la medida de nuestra dádiva no puede ser lo que no necesitamos

sino lo que de fundamental a otros les falta.

Gracias, Señor, porque surgen de continuo entre nosotros nuevos testigos, 

que te hacen presente a los ojos de todos y nos llenan de esperanza.

Son personas sencillas, sensibles, religiosas o no, siempre buena gente,

que nos gritan sin palabras que otro mundo es posible y es urgente.

Envía tu espíritu, Padre santo, sobre todos los seres humanos,

para que seamos reflejo de que te llevamos dentro.

Por Jesús, en su presencia y con su ayuda,

queremos, Padre Dios, que seas glorificado en todos tus hijos

de generación en generación.

AMÉN.

 

 

Rafael Calvo Beca

 

PRINCIPIO

 

Venimos a tu mesa, Padre, llenos de alegría,

porque eres tú nuestro médico, nuestra salvación, nuestra luz.

Gracias por invitarnos, Padre,

gracias por Jesús, tu Hijo, nuestro Señor.

 

OFRENDA

 

Nuestro pan y nuestro vino ofrecidos en tu mesa.

Recíbelos, Padre, como muestra de nuestro deseo

de entregarnos incondicionalmente a tu Reino.

Por Jesús, tu Hijo, nuestro Señor.

 

DESPEDIDA

 

Gracias, Padre, por esta Eucaristía

en la que nos has alimentado con la Palabra y el Pan.

Haz que esta semilla germine abundantemente

y nos haga trabajar con entusiasmo por nuestros hermanos.

Por Jesús, tu Hijo, nuestro Señor.

 

 

O R A C I Ó N

 

(De la carta a los Romanos, C.8)

 

Todos los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios

son hijos de Dios.

No hemos recibido un Espíritu de esclavos

para vivir en el temor

sino un Espíritu de Hijos,

que nos hace clamar: "Abbá, Padre".

 

Si Dios está de nuestra parte, ¿quién estará en contra?

El que no escatimó a su propio Hijo

sino que lo entregó por nosotros,

¿cómo no nos dará con Él todo lo demás?

 

¿Quién será el acusador de los Hijos de Dios?

Si Dios absuelve, ¿quién condenará?

¿Acaso Jesucristo, el que murió y resucitó

y está a la diestra de Dios intercediendo por nosotros?

 

¿Quién nos apartará del amor de Cristo?

Ni la muerte ni la vida,

ni presente ni futuro,

ningún poder, ninguna criatura

nos podrá separar del amor de Dios

manifestado en Jesucristo,

nuestro Señor.

 

José Enrique Galarreta